EUROPA PRESS
En muchos lugares del mundo, no solo en España, existen sentimientos de identidad muy arraigados, que se exteriorizan, se materializan, de formas e intensidades muy diferentes; desde sentirse orgullosos de su idiosincrasia, de sus costumbres y su cultura, hasta soñar con un nacionalismo separatista del mundo que les rodea. Como sentimiento, nada que objetar; merecen todo el respeto. Pero cuando ese orgullo llega a constituir una seria dificultad para la convivencia, es peligroso y debemos evitarlo. Europa tiene una historia plagada de consecuencias lamentables.
Quien haya empezado a leer este comentario, estará ya suponiendo que intentamos entrarnos en el actual conflicto catalán. Perdón por la palabra conflicto, porque hay muchos catalanes, con su orgullo muy arraigado, pero que nunca pretendieron crear un conflicto con España. Esa sociedad orgullosa de su identidad, de su lengua, y de su trabajo no han sido los causantes del conflicto que ahora vivimos. Las causas hay que buscarlas en centros de interés que han utilizado, y siguen utilizando, para el logro de otros intereses menos nobles. No confundamos.
La situación actual, desde mi opinión, tiene su origen en los indeseables episodios de “Banca Catalana” y “El tres per cent”. Es parte de la burguesía, -la derecha catalana-, hundida en el fango de la corrupción, la que utilizó el sentimiento catalanista para esconder la situación en la que “El Pujolismo” estaba enfangada. Es la estrategia de remover las vísceras del independentismo sembrando la idea de que “España nos roba”. Así se inició un camino que les ha conducido a toda esa farsa de “la declaración unilateral de independencia” y al esperpento “Puigdemont”.
Frente a esa mala utilización del independentismo, surgió otra, no menos malvada, de conseguir votos en el resto de España, vendiéndonos la imagen de una Cataluña indeseable, que debíamos acabar con ella mediante el “a por ellos”. Dos nacionalismos enfrentados a cara de perro. ¿Y quién cose ahora estas reventadas costuras? Muy difícil solución. Pero algo habrá que hacer. Alguien que entienda y trabaje para sembrar la idea constructiva de que los catalanes defiendan su identidad, sin hacer daño a nadie, y el resto de España no vea en el catalanismo al enemigo a vencer. Habrá que hilar muy fino. Habrá que dialogar, ceder, consensuar con el fin de lograr la convivencia deseable que nunca se debió romper.
Julio García-Casarrubios Sainz