Vamos caminando de la mano por las afueras de un parque periférico de la ciudad, ajusto mi vista a sus tres años y, de pronto, entre tanta basura normalizada como si fuera parte del escenario a ambos lados de las aceras, mis ojos advierten una bolsa de snacks que en la esquina de abajo dice 30 pesetas. Al principio todo parece una ilusión, ¡No puede ser! pronto el sueño se convierte en pesadilla cuando la agarro y confirmo que, efectivamente, es una bolsa de snacks cuya fecha de caducidad reza marzo de 1998. Un día, alguien arrojó está bolsa al suelo y el viento la acarició durante 22 años hasta hoy por esta periferia de la Mancha profunda.
Las periferias, que son construcciones de los centros, por lo general, viven esta suerte de vertedero, a veces de forma accidental otras por voluntad y casi siempre por necedad. ¡Qué más da! Allí, en los márgenes todo vale, los pobres pronto se vuelven miserables y, por falta de recursos, los residuos cotidianos terminan por convertir barrios enteros en pseudovertederos. Vertederos que hacen pensar a las miradas foráneas que los miserables son responsables de sus propias miserias y les ofrece seguridad para señalar con sus índices prepotentes aunque sea sin criterio ni pudor a los sospechosos habituales. Los marginados, los excluidos, lo que están en boca de todos pero de los que nadie habla, de los que todos somos responsables pero por los que nadie sufre, aunque a veces nos duela. Aunque en determinadas fechas del año, a algunas personas sienten lástima que, por cierto, es de las peores limitaciones. ¡Ay, qué pena!.
En definitiva, lo que esta bolsa representa es, por un lado, muchos años de normalización de la basura, la basura de "andar por casa". La basura de hoy se arroja sobre la de ayer como si no hubiera mañana, con aceptación de unos e indefensión de otros. Por otro, que existiendo servicios de limpieza, es significativo que depende de que zonas hay basura que pasa desapercibida ¿22 años?.
Víctor Olmedilla Sánchez.