Pasear debería ser una acción cotidiana y necesariamente placentera, sobre todo si el paseo se produce por áreas lejos del bullicio de la ciudad. La zona del parque “Emilia Pardo Bazán” ubicado a la falda del cerro de San Blas resulta (a priori) un lugar idóneo para ello, especialmente para ir con niños/as, ya que contiene elementos naturales (palos, piedras, árboles frutales, etc.), fuente de aprendizajes espontáneos y de gran interés a la vez que necesarios para poder dar movilidad con libertad a sus pequeños cuerpos y sus grandes inquietudes exploratorias. Todo ello, con la tranquilidad y seguridad que se presupone ofrecería un lugar de estas características, lejos de los coches e inseguridades que entraña la ciudad para la infancia y apenas a 10 minutos caminando desde la plaza del convento.
Desafortunadamente, no es nada agradable pasear por allí. Desde hace casi un año que mi familia llegamos aquí, me pasa cada vez que voy y hoy, como ere de esperar, me ha vuelto a ocurrir. Normalmente, mi estrategia consiste en dejar de ir un tiempo, tiempo suficiente para que mi mente se autoengañe, distorsione la experiencia en un acto de esperanza y olvide lo suficiente como para volver a ir y venir con una sensación de malestar aumentada. El parque en sí es fantástico, pero solo si tienes perro y vas con él a que haga sus necesidades o bien eres adolescente y quieres esconderte de las miradas adultas para beber un litro de cerveza y dejarlo allí tirado porque ¡claro! si bien es evidente que algunas personas no están provistas de buenas maneras cívicas, es sabido también que este lugar tampoco está provisto de papeleras adecuadas y suficientes que alienten, guíen y motiven su uso.
Está tarde paseando, mi hijo de 3 años quería (como es natural) ir a la tierra fuera del tramo asfaltado a explorar los elementos de alrededor. La situación es muy frustrante porque en un lugar aparentemente idóneo para la exploración segura de los pequeños/as, de pronto, te ves en tensión constante dado que todo alrededor está repleto de excrementos y de cristales de botellas rotas. Con esa edad, ya son conscientes de que la basura no se tira al suelo pero no lo son tanto de lo que implica para mi. Así que respiro. Respiro ese ambiente sucio, tratando de mantener la calma y ofrecerle a mi pequeño una experiencia lo más agradable posible mientras que vamos sorteando excrementos y cristales sin hacer demasiada referencia a ellos. De pronto, vemos como pasa un chico paseando con su perro, el perro hace caca en la tierra junto al bordillo del paseo asfaltado. Cuando concluye, el chico le chista para seguir su paseo. Con amable rabia contenida y con mi hijo de la mano me acerco, le saludo y le interpelo sugiriendo que estaría bien responsabilizarse sobre lo que el animal no puede hacer por sí mismo o, lo que es lo mismo, que sea un buen humano para su animal. Ofendido, me contesta que en la tierra no es ilegal. Le replicó que no se trata de legalidad sino de respeto y consideración por las demás personas que queremos pasear sin tener que pisar cacas. Se va sin contestar. Porque no sabe, no puede o no quiere, quién sabe. No le recrimino su silencio porque con él todo queda dicho. Me quedo pensando: "¡en la tierra no es ilegal!".
Enseguida me doy cuenta de que estas personas denotan poca responsabilidad y una discapacidad absoluta para el ejercicio de la libertad. Pareciera que necesitasen normas explícitas, rígidas, sancionadoras, punitivas, palmadas en el hombro, premios y ojos que los vean y les digan lo bien o mal que hacen las cosas. Mientras no sea así, no dudan en hacer daño y apología de lo miserable.
A juzgar por la cantidad de excrementos que hay se deduce que debe haber muchas personas así. Personalmente, no es la primera vez que interpelo a personas en relación a normas cívicas básicas y esenciales para lo que se considera una convivencia mínimamente pacífica y, por lo general, obtengo dos tipos de respuestas: desafiantes o evasivas. Salta a la vista que estas personas sólo distinguen entre legal/ilegal, lo tienen claro, aunque nunca se hayan leído una ley. Pienso que las personas tenemos la responsabilidad de hacer pedagogía social con las vecinas y vecinos, de mirar por el cuidado del entorno y el bienestar de todos, de guiar a los que ignoran, de señalar a los que cometen tropelías. No obstante, dadas las circunstancias, es necesario que las autoridades competentes se tomen esto con más responsabilidad y seriedad y así, teniendo en consideración las demandas y necesidades de la población asuman las medidas oportunas que los vecinos/as como individuos no podemos llegar a implementar. Me encantaría que la persona-autoridad competente de turno se pasará por ese lugar y, si fuera posible lo hiciera a la altura de los niños en un ejercicio de empatía para experimentar, de primera mano, lo lamentable que es la situación. Los niños y las niñas son una oportunidad, una brújula ideal para estructurar espacios seguros, accesibles, respetuosos y adecuados.
Estoy cansado de ir con mi hijo y que la mayoría de los espacios urbanos cuando no resultan inseguros, están gravemente deteriorados o llenos de basura y excrementos. Desde mi punto de vista, y habiendo vivido en diferentes ciudades dentro y fuera de España, me atrevo a señalar que esta ciudad, en muchos aspectos, no resulta muy amigable con la infancia. Con todo esto, y teniendo en cuenta que los ambientes son determinantes para que las personas puedan desarrollarse libre y saludablemente en comunidad. Nosotras, personas adultas y responsables hemos de ser conscientes de que los ambientes que dan cabida a los niños y niñas de hoy, serán la sociedad de mañana y la pregunta es ¿qué sociedad queremos? Dependiendo de la respuesta así deberíamos estructurar, organizar y cuidar de los espacios en nuestras ciudades, barrios y comunidades desde las administraciones y poderes públicos y aterrizando en las personas. Demandamos la necesidad de espacios que nos invite y emplace a cuidar el entorno y las relaciones con las otras personas, prestando especial atención y protección a la infancia y la población más vulnerable. Por qué el éxito y el progreso como especie no se halla en la competición y la lucha mutua sino en la ayuda mutua, la solidaridad, la cooperación y mucha dosis de voluntad y respeto.
Para terminar, pongo nombre a la imagen tomada del episodio narrado cuyo título está dado: entre la legalidad y la ilegalidad hay una mierda.
Víctor Olmedilla Sánchez