Hace treinta años, Nueva York vivía secuestrada por una mafia que controlaba el negocio de la basura con puño de hierro. Familias mafiosas como los Gambino se repartían las rutas de recogida, decidían quién pagaba, cuánto y por qué. Y no había escapatoria: si querías que alguien se llevara tus residuos, o pagabas lo que te decían o te arriesgabas a que se te acumularan las bolsas en la puerta.
Esa oscura época de monopolios, silencios impuestos y decisiones tomadas desde el despacho de un "don" me viene inevitablemente a la cabeza al pensar en la tasa de basura que sufrimos en Valdepeñas.
Porque aquí, en nuestra pequeña ciudad, también tenemos a alguien que parece haber asumido el papel de capo en esta película: Jesús Martín, alcalde desde hace más de dos décadas, decidió cobrar la tasa de residuos antes incluso de que Europa lo exigiera. Mientras la ley daba plazo hasta abril de 2025, él ya nos la coló en 2024. ¿Por qué tanta prisa? Tal vez porque cuando uno tiene el control absoluto, no necesita esperar a nadie.
Pero eso no es lo más grave. Lo verdaderamente preocupante es que no ha aplicado el criterio de “quien más recicla, menos paga”, que la propia ley obliga a incorporar. Da igual cuánto te esfuerces en separar residuos o llevar muebles al punto limpio: pagarás lo mismo que quien lo tira todo al contenedor gris.
Y para redondear, el señor alcalde ha ignorado dos mociones de Unidas por Valdepeñas aprobadas por el pleno del Ayuntamiento: una, para instalar los contenedores marrones de residuos orgánicos, obligatorios desde hace más de tres años; y otra, para establecer bonificaciones para quienes hagan un uso responsable del punto limpio.
Ambas mociones fueron respaldadas por la mayoría del pleno, incluidos los votos de los concejales del PSOE del señor Martín. Pero eso da igual. Porque cuando uno gobierna como si el Ayuntamiento fuera su feudo personal, lo que diga el pleno es solo ruido de fondo.
En resumen, en Valdepeñas tenemos una tasa de basura que llega antes de tiempo, ignora los criterios de justicia ambiental, desprecia el reciclaje y se impone sin diálogo ni explicaciones. Es difícil no pensar en aquellos capos de Brooklyn que repartían los cubos de basura como si fueran lingotes de oro.
¿Está Jesús Martín gestionando los residuos como un alcalde democrático o como un Don Corleone municipal? A veces, cuesta distinguirlo. Pero lo cierto es que, como en la Nueva York de los 90, la ciudadanía está pagando las consecuencias de decisiones tomadas en nombre del control, no del bien común.
Y eso, señor alcalde, huele bastante peor que cualquier bolsa de basura.