Para Mercedes Rodríguez Prieto, mi compañera del alma, porque hoy, cuando lleguen las dos de la tarde, cerrará su aula por última vez y pondrá fin a toda una vida dedicada a la enseñanza.
"Cuando las añoranzas llaman a la puerta --toc, toc--, es inútil callarlas. Y hoy han llegado calzadas de luna, en el decorado imposible de una noche gloriosa con olor a dulzor de Navidad adelantada".
La música es en su definición griega “el arte de las musas”, está hecha para que se sienta y en ella todos los sentimientos se encuentran en su estado más puro haciendo girar al mundo a su alrededor; quizás sea, después del silencio, lo que más se acerca a expresar lo inexpresable y se halla muy cerca de las lágrimas y los recuerdos.
Una vez leí que los músicos no se retiran pero que, en algunas ocasiones, paran cuando su interior se ha quedado vació de notas. No sé si esto es cierto, pero he podido comprobar que es un veneno que, una vez se ha metido en tu interior, nada te puede separar de él y se convierte en la forma más bella de locura.
Mercedes, tiene un sueño, lleva mucho tiempo tras de él. Imagino que al final podrá cumplirlo, porque es tozuda. No quiere desaparecer sin haber gozado de un Concierto de Año Nuevo en Viena. Lo hemos intentado por activa y por pasiva, pero no hay forma de enganchar un par de entradas que la lleven hasta allí.
¿Cuántos años llevas de locura? ¿Cuántos alumbrando y poniendo banda sonora a esos sueños ajenos que has tomado como propios?
Imaginaos las notas volando en su aula, posándose sobre los alfeizares de su ventana y convertidas en trinos de avecillas cada primavera, todas contagiadas por su ímpetu; luego, preguntaos, aquellos que tuvisteis la suerte de vivirlo, qué hubo de mágico y qué ocurrió aquella Navidad tras “El Cascanueces”. No lo sé, sólo puedo afirmar que, desde entonces, todo cambió.
Siempre supiste estar. Tus ilusiones se vestían de cristales, reflejaban cascadas, pájaros y cielos multiplicando la dicha que nos ofrecías; luego, hubo un anochecer, pasajero, y todos nosotros nos convertimos en merodeadores de tus sentimientos cuando los besos se agostaron y los deseos dejaron de vestirse de encaje y almidón.
Menos mal que allí, oculta y sin pronunciarse, en un silencio que pareció eterno, seguía ella, la música, invitándote una vez más a la locura, ser drenaje de tu alma y convertirse en confidente también de los sueños rotos. Y te cantaba al oído canciones que sólo tú oías:
"El viento del ancho mar
chilla, está prisionero,
en las rejas de un cañar.
El viento del ancho mar
se ha escondido en la taberna
para beber y olvidar”.
Y sobre la mar, la luna tejió un encaje de hechizos y, en el campo, las mentas y yerbabuenas comenzaron a enfriar los aromas sensuales de la noche.
Una calma quieta cayó serenando los ritmos de la vida... Todo estaba insensible.
Luego, en las tinieblas de los matorrales, los deseos se volvieron a convertir en bandadas de pajaritas blancas y azules y las timideces de las entretelas de tu alma dieron paso al rumor del agua, convertida en dulce tintineo, que la tornó de la color de las almendras frescas, mientras el viento se vestía de primavera al oír resonar los cantos de los niños en su aula.
Y ella, la maestra, como los ángeles, aún seguía amando las alboradas. Siempre fue una soñadora, capaz de ver más allá de las oliveras de plata y las vides exhaustas de esta tierra; le gustaba perderse tras el primer clarear de la luna lunera antes de que la noche buscara besarla.
Ya habían pasado los miedos a las oscuridades, cargados de coplas de otros tiempos:
“…Y un idilio de amor, empezó a sonreír
mientras cantan en tono menor
por la orillita del Guadalquivir.
¡María de las Mercedes,
no te vayas de Sevilla
que el nardo trocar se puede
el clavel de tus mejillas!...”.
Ya lo ves, también los otoños hicieron lo posible por levantar las nieblas.
Antes que tú, otras maestras fueron; tras de ti, otras maestras serán y las gotas de lluvia te sorprenderán rebuscando en los anhelos, en las desesperanzas, en los gestos imprecisos tras el agua caída.
Ahora tendrás la verdad que llega del olvido, de las promesas y de los sueños cumplidos, de los besos con sabor a pecado y honestidad; las hadas, escondidas en los encinares, buscarán tu arrullo al caer de la tarde.
¡Levantad vuestra copa! ¡Dejad que la brisa de su sonrisa se instale en vosotros! ¡Abrazadla como a ella le gusta, con las manos recorriéndote la espalda en su cadencia precisa! ¡Hoy se marcha una maestra excepcional; esa que buscó cambiar los colores de la música para hacerla más nuestra! ¡Hoy se marcha Mercedes y, aunque no os lo creáis, nada será igual sin ella!