Nuestras eminentes naciones, a las que se les atribuyen las cualidades de democráticas, capitalistas, liberales, progresistas, europeístas y occidentalizadas, se hallan, y haciendo un mayor hincapié en torno a la inestable situación presente tras algo más de medio siglo de la generalización de las democracias, sobre todo, después de la finalización de la Segunda Guerra Mundial y el establecimiento de órganos como la ONU, la OTAN y la Unión Europea, en decadencia social, política y económica, debido, en su mayor proporción, a las, me atrevería a decir, tiránicas acciones realizadas habitualmente por los políticos que, no olvidemos, han sido escogidos por parte de un amplio sufragio universal ejercido por gentes adeptas a corrientes que arrastran, mediante los intricados discursos pronunciados por nuestros gobernantes, causantes de los sensacionalismos, y el amarillismo de la prensa, ante todo, en mitad de un panorama de intento de control y tergiversación estatal de la opinión pública, a las masas sociales hacia los intereses de los denominados poderes fácticos, en efecto, a consecuencia de una no adecuada ni correcta educación crítica, reflexiva y racional, que aboga, fundamentalmente, a través de sus incompetentes estructuras y planteamientos, por la avocación a la monotonía y mediocridad que siempre han primado en las clases populares, mas no a razón de sus integrantes, sino de los intereses de dominación hegemónica que ostenta la minoritaria élite mundial.
Así pues, se manifiesta que, una vez que el sistema democrático se ha consolidado y la población tiende a la polarización política, algún individuo extremista y con pretensiones maquiavélicas de control total aprovechará para acceder, de manera electoral y agraciado por la credibilidad general de su demagogia, al poder y, pacientemente, modificará la legislación a su antojo hasta lograr su autoritario posicionamiento en la supremacía de la nación. Es este fenómeno el que denominaré «ciclicidad histórica», neologismo que utilizaré para hacer referencia a la reiteración de aquellos errores cometidos por el conjunto monumental social que han supuesto el sometimiento de sus propios hacedores a causa de su ambición, algo que se asemeja, no lícitamente, a la teoría ya desarrollada por Platón, aunque éste catalogaba, asimismo, la democracia como un sistema corrupto.
Discípulo de Sócrates y, por tanto, puede que heredero de su, permítanme la expresión, “optimista ingenuidad”, determinó un pensamiento filosófico fundamentado en el mismo criterio no lo suficientemente realista de su maestro; por ende, como determinación producida por las desfachatadas falacias que rigen los asuntos ecúmenes desempeñados por aquellos que, aunque quizás con buenas voluntades iniciales, han sido corrompidos por el poder, respaldar la posición relativista moral del sofismo puede que se trate de la opción no más inteligente, aunque sí más conveniente, pues, en un mundo imperfecto, se han de aprovechar esas desavenencias con el propósito de obtener resultados eficientes y aventajados para el propio beneficio personal o, al menos, para no ser embaucado, al haberse mostrado con nitidez la interesada y malvada naturaleza humana durante nuestra historia.