viernes, 26 de abril de 2024, 21:23

Despedida de Inesita

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¡Qué difícil me resulta escribirte, Inesita! El jueves, cuando las fugaces nos visitaban y nos anunciaban una hermosa noche de estrellas, te subiste en una de ellas y te fuiste camino del cielo. Lo sé, te habían encargado dirigir un “coro de ángeles” y no pudiste negarte.


Te pudimos retener durante un tiempo. Yo te decía: “No se te ocurra morirte ahora que tenemos que presentar el libro de tu papá. He hecho un trato con Dios y no te llamará hasta que lo hayamos presentado”. Y tú aguantaste. Aquella noche creo que fuiste feliz, muy feliz; sabías que el tesoro que habías estado guardando tantísimo tiempo estaba a salvo y no se iba a perder. Habíamos llegado a tiempo y tus manos, por debajo de la mesa, apretando las de Jesús o las mías, irradiaban todo el amor que siempre has sabido expresar.


Intente engañarte para que siguieras con nosotros: “inesita –te decía--,he hecho un nuevo trato con Dios y te va a permitir seguir con nosotros hasta que la estatua de tu papá esté terminada y colocada”.


Tú asentías, como para darme la razón, pero, por otro lado, le pedías a la Virgen y al Nazareno –en los que creías con un inmenso fervor—que te llevara con Ellos.


¿Pensabas que no lo sabía?


Siempre fuiste una “cabezona” –que diría nuestra compañera Petrita—y siempre hiciste tu voluntad: “¡Que tú o Juan sois cabezones, más cabezona soy yo!”.


Te queríamos y te queremos, pero no sólo yo ¿Lo sabes?


En tu entierro hubo muchas lágrimas, pero muchas no fueron de tristeza, sino de amor y de agradecimiento hacia ti.


¡Hemos pasado tantísimo tiempo juntos!


A mucha de la gente de “tu coro” le hubiera gustado despedirse de ti, expresarte su amor –ahora, tú lo sabes--; nosotros, los más afortunados, los que tuvimos la inmensa suerte de andar más cerca, lo hemos hecho.


Has tenido una larga, dilatada y exitosa vida artística y musical, te han sido reconocidos en vida todo tu trabajo, has sentido el afecto de tu pueblo… Y aquello para lo que no podías influir, como era tu muerte, le pedías a Ellos, que si podía ser que fuera tranquila.


El lunes, estuvo el médico a verte. Sólo te importó que respondiera a una pregunta: “¿Puedo seguir tocando el piano?”. Porque Inés, hasta última hora, siguió enamorada de la música y rindiéndole tributo. No era extraño ir a su casa y encontrar algún músico de la Banda, dándole un pequeño concierto con cualquier tipo de instrumento. Lo agradecía porque la hacía feliz escuchar cualquier tipo de melodía.


¿Sabéis cuál fue la última canción que toco en el piano de su casa? Las seguidillas de “su papá”, “Ay, que te quiero niña”; después, al día siguiente, algo debió ocurrir, quizás un ictus, y ya sólo abrió los ojos para llenarlos de luz.


Murió tranquila, como ella pidió a aquellos a los que había servido con adoración, la Virgen y el Nazareno, y el jueves, el día de Santa Clara, a las nueve y treinta de la noche, cuando “iban a cambiarla”, se montó en una de las fugaces y se fue.


Podría contar mil y una anécdotas de su vida, de las cosas que hemos pasado juntos a lo largo de estos más de cincuenta años, pero se quedarán para nosotros, durmiendo hasta que nos encontremos de nuevo.


Te escribía Luis Pitel Huertas, un amigo de Paquito, para decirte adiós:


“Su marcha no es un adiós,

no es un simple adiós cualquiera,

es pentagrama de amor

herido por el dolor

y el vacío de su ausencia.


Su marcha no es el final

de una dulce melodía,

es el recuerdo inmortal

de su paso por la vida.


El cielo impaciente aguarda

a venerar su presencia,

mientras, derrama su ausencia,

un coro de nubes blancas.


¡Qué sola y desnuda queda

sin Doña Inés. Valdepeñas!

¡Qué amarga música suena

en esta mañana incierta!


¡Qué nadie ose llorar

que Doña Inés no está muerta,

navega con Dios y en paz

allá, en ese mar de estrellas,

marcando alegre el compás

del corazón de esta tierra!”.


No fue difícil quererte, Inesita, no fue difícil. Ahora, cuando el tiempo vaya acumulando “días sobre días”, nos daremos cuenta de “tu legado” y podremos ser conscientes de lo mucho que tu amor por todos nos ha dejado.


Esta noche,

cuando todos duerman

y la lluvia de estrellas

sea un estruendo,

ven conmigo,

bajaremos a la playa

en busca de lugares fascinantes

a los que marcharnos al alba

y donde el tiempo que transcurre

siempre tiene

un extraño comportamiento,

accederemos a ellos

a lomos de sus luces,

recorriendo deslumbrados,

distancias impensables

y sintiendo la emoción

que tiene el espacio desconocido

más allá de nosotros,

de su propia infinidad

y en el que reina la paz

que Ellos impusieron..


Descansa en paz, querida maestra. Te queremos y te quiero.


Tomás Megía