miércoles, 30 de abril de 2025, 19:05

Mi padre

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Hace ocho años que mi padre falleció. Antes de ello, sufrió un proceso de deterioro físico complicado que le afectó también emocionalmente, de varias entradas y salidas del hospital.


Era una persona casi sin dignidad porque era necesario cubrir todas sus necesidades físicas, incluído darle de comer. Pero tenía conciencia que sabía que iba a morir. Y tenía todo preparado. Hasta el punto del traje para su muerte. El del día de mi boda. Fue terrible.


Pero antes de morir, se entregó a Dios por completo (era católico, aunque en los últimos años no podía salir de casa e ir a la Iglesia. Su mayor fe, era una oración, que rezaba todos los días y, que yo conservo, de “Jesús confío en ti”. Frase que me he tatuado en el brazo izquierdo. Siempre he querido tener un tatuaje y esa fue la frase que elegí. Así lo sentía más cerca. Y todos los días, lo veo y todos los días le recuerdo, aunque no mire mi tatuaje.


Como persona educada en la religión católica de aquellos tiempos, me acuerdo que me contaba que para que pudiera ver a mi madre se tenía “que tragar Misa” todos los días. Simplemente para verla, pero no estaban sentados juntos en el mismo banco. Más adelante fue cuando comenzaron los paseos con la concubina y, posteriormente, el matrimonio. Parece mentira recordar esto, me lo imagino, cómo se vivía en aquella época para conseguir casarse. Qué bonito y qué antiguo. Pero era la época de entonces.


El duelo por la muerte de mi padre ha sido durísimo. Tenía que ir al cementerio. Fue incinerado según su decisión. Y yo, ya sabía de sobre, que no estaba ahí, solo un tarro con sus cenizas. Me daba igual, para mí estaba ahí. Con la cara de Jesucristo grabada en el nicho. Lloraba sin parar. La psicóloga me dijo que no fuera con tanta frecuencia y, como incumplidora de la orden ajena, seguí yendo todas las veces que quise. Era importante para mí estar con él, y la última vez que le vi, estaba allí.


Ahora me podéis decir que estoy loca. No me importa. Mi padre falleció el uno de noviembre y el veinticuatro de diciembre yo vi, en casa de mis padres, una luz blanca. Mi hermana me dijo que era por el vino. Cosa incierta porque no había bebido nada de alcohol. A mí no me quita nadie la idea de que ese día, mi padre estaba ya en el cielo.


Y el psicólogo me dijo que el purgatorio no existía ya, porque la Iglesia lo había anulado. Y se burló de mí. Cosa que no me hizo gracia. Yo respeto todas las creencias religiosas, los agnósticos, ateos o lo que cada uno quiera creer, pero que se mofen de mi fe no me gusta. Pero bueno. Ahí quedó la cosa.


Después de mucho dolor y sufrimiento por la muerte de mi padre, que terminé aceptando después de pasar por todas las etapas del duelo, empecé a recordar cantidad de cosas que habíamos hecho juntos.


Ah, que se me olvidaba. Poco antes de morir, cuando le estaba dando de comer, me preguntó si había sido buen padre. Somos tres hermanos. Le dije, que, a los tres, nos había educado en valores y principios, nos pagó una carrera universitaria, y nos ayudó económicamente a dar una entrada de dinero para la compra de una vivienda. Ahí se quedó más tranquilo y me sonrió.


Empecé a recordar, desde muy pequeña cuando fuimos a recoger un cachorro de perro, que regalaban. Yo estaba feliz, un perrito con el que podía jugar. Me acuerdo un año en la cabalgata de reyes, cuando se quedó mi padre en casa y nos fuimos con mi madre a ver la cabalgata. Al volver, tenía una casa de muñecas de los reyes magos. Era imposible, si los acabo de ver decía yo. No podía ser que la hubieran dejado. Y me dijo que eran de los pajes. Me envolvió de tal manera, que dejé de preguntar, le abracé y empecé a jugar con la casita de muñecas.


Como cuando me enseñó a jugar al solitario, cinquillos, dominó, en definitiva, juegos de mesa. Siempre íbamos de pareja y ganábamos con cierta frecuencia.


Cuando fuimos a Granada a por mi título de bachiller, que casi nos atropella un camión, o cuando íbamos en el coche, ocho y medio, por Despeñaperros y se metió entre dos camiones, qué susto nos llevamos.


Siempre se preocupaba por mi situación emociona, después de dos matrimonios y dos divorcios. Me pedía que volviera a casa. Pero no lo hacía. Pero los iba a ver con mucha frecuencia. Regalo del tiempo libre que me daba el trabajo. Siempre me decía que si necesitaba dinero. Yo soy la pobre de la familia, la que menos dinero ingresa por su trabajo, y siempre se preocupaba que estuviera bien.


Y, muchas más cosas que podía contar. Para mí la relación con mi padre, el amor que le tengo y lo que él me quería, ha sido y sigue siendo estando muy presente.


Todos los días me acuerdo de él y nunca le voy a olvidar. Le pido protección para mi familia y sé que está tranquilo disfrutando de la paz eterna. Muchas veces he pensado en irme con él. Porque quiero que me perdone por cosas que no hice y que requería de mi atención. Y pienso que él estará sufriendo por verme así. Pero voy superando todo esto un poco. Y quiero que esté tranquilo y proteja a mi familia, como lo hizo en vida.


Muchas personas se reirán de mí por estos sentimientos de fe. Y no me molesta para nada. Como he dicho antes el respeto es la base de la convivencia. A veces, se burlan de mí por mi fe. No me importa.


Pienso que hay un más allá representado por Dios y quiero aceptar que esta vida de sufrimiento que he llevado y llevo, se vea recompensado abrazando a mi padre.