Que los ángeles que tanto amó García Baena coronen con laurel y mirto este bellísimo tomo de la verdadera poesía de un bardo exquisito, raro, barroco... y que, durante muchos años estuvo olvidado, pero que, en su vejez tuvo el privilegio de gozar del reconocimiento que su obra siempre mereció: Premio Príncipe de Asturias de las Letras, Premio Reina Sofía de Poesía Iberoamericana, Hijo Predilecto de Andalucía, Hijo Predilecto de Córdoba-su ciudad natal-, Hijo Adoptivo de Málaga, entre otros galardones, que nos dan idea del extraordinario literato que era PABLO, al que conocí en Torremolinos, en su tienda de anticuario, un año antes de que le otorgaran el Premio Príncipe de Asturias, que cambió radicalmente su vida, como él mismo reconocía.
A veces, en muy raras ocasiones, un poeta es reconocido en vida, que es el mayor honor que puede tener un bardo, dado que, lo normal en esta piel de toro ibérico llamada España, es dejar que se muera de asco y después de fallecido, los vivos..., los mismos que en vida le negaron el pan y la sal empiecen a reconocerle y a homenajearle y que, además, en la inmensa mayoría de los casos sólo sirve para que se adornen ellos, los vivos... y utilicen otra vez más al difunto versificador, al juglar, al trovador de sueños..., que vivió una vida de incomprensión y desidia, si tuvo la suerte de que no se ensañaron cainitamente con él o ella, que también es muy propio de este país del que el sevillano Luis Cernuda escribió: "Donde todo nace muerto y vive muerto"...