jueves, 28 de marzo de 2024, 17:41

Fortalecer la conciencia nacional

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La lucha contra el independentismo rampante catalán pasa por quebrar su hegemonía cultural en la propia Cataluña, a la que el Estado ha dejado inexplicable e irresponsablemente crecer, cuando aquélla se fundamenta en la mentira histórica, el odio a España, la invectiva mendaz y el artificio nacionalista. El problema es que se tarda más en vencer una hegemonía cultural basada en puros mitos que en ilegalizar comportamientos políticos delicuenciales – no resisten desde hace tiempo el mínimo decoro legal – del gobierno catalán. Ahora bien, es la cuestión de la hegemonía cultural lo relevante, pues mientras no sea relegada ésta a la gruta nacionalista en donde los pedos de uno nunca huelen mal – según Aristófanes -, el problema catalán persistirá y se hará violento. Esta permitida hegemonía cultural basada en mitos, mentiras y una enfermiza superioridad acarreará grandes reproches a los sucesivos gobiernos en la posteridad. 

Es una desgracia constatable que frente a la base activa de esta hegemonía cultural hay una mayoría silenciosa y amedrentada, que desconfía de la ayuda que puede tener del gobierno central si se enfrenta al independentismo y que ningún líder catalán, con orgullo de ser español, ha sabido organizar para dar la batalla cultural y política al totalitarismo independentista, y apoderarse de la hegemonía cultural. En parte es culpa de los sucesivos gobiernos españoles que se han sucedido en los últimos cuarenta años, que han dejado absolutamente desamparados a los españoles “de pata negra” que completamente írritos se han enfrentado a ese totalitarismo independentista, arriesgando el trabajo y el honor civil. Cuanto más pusilánime y cobarde se ha mostrado el gobierno de Madrid, tanto más se ha afirmado ese hegemonía cultural de cobardes y hampones.


Hasta qué punto es cómplice un Estado que ha permitido desde hace cuarenta años con dinero público, de los bolsillos de todos los españoles, el desarrollo de un morboso nacionalismo rupturista y hostil a la patria común es algo que se verá en la defensa que los propios independentistas hagan ante los órganos judiciales. Siempre serán parte del crimen aquellos que tenían el deber de impedirlo y no lo hicieron. Un Madrid contundente contra el primer conato de secesión y traición a España, hubiera dado al traste con una hegemonía cultural de cobardes, cuya chulería se alimentaba de la debilidad de Madrid. Lo cierto es que los pergeñadores-perpetradores de la mitología catalana se han apoderado de gran parte del cerebro colectivo catalán. La cultura catalana, replegada sobre sí misma, se empequeñece ella misma en puro folklore aldeano, enaniza el espíritu regional, pone furiosos a los vecinos y los hace hostiles a otros folklores.

Este desastre cultural y educativo también se puede extender a la mayor parte de las comunidades autónomas inventadas. El enanismo espiritual de la aldea nos hace enemigos de los amplios horizontes y nos barbariza.


Además, el enanismo regional, autonómico, sólo puede aportar sentimientos y emociones, el sentimiento de ser catalán o manchego. Porque la mentira y el mito histórico sólo pueden crear sentimientos y emociones – sólo pueden ser realidades emocionales -, pero no conciencia, que sólo nace del conocimiento – autoconocimiento – y la verdad del ser nacional. Frente al sentimiento de ser catalán – que debemos respetar, sin duda -, está la conciencia absoluta de ser español. Sin embargo, el gobierno de España no se ha preocupado en cuarenta años de mantener vigente y explícita la conciencia nacional en las escuelas e institutos, y ahora los sentimientos enanos, aldeanos, caseros, mezquinos, como termitas, están poniendo en peligro la conciencia de España, del ser con vocación de eternidad de España. Mi admirado amigo Antonio García Trevijano nos explica admirablemente en su obra Del hecho nacional a la conciencia de España, las grandes diferencias que existen entre el sentimiento regional – muy noble, por cierto – y la conciencia nacional. Y será imposible que los catalanes hoy puedan convertir su sentimiento de catalanidad en conciencia nacional. Por otra parte, la expresión caprichosa de “no me siento español” puede tener un carácter psicológico, sociológico y hasta cultural, como la de “no me siento miembro de esta familia”, pero no puede tener transcendencia política.


Pero el gobierno no puede dejar que los gravísimos acontecimientos de la actualidad sigan su curso hasta que sea demasiado tarde. Hubiese sido mejor la prevención que la cura. Pero desgraciadamente ya es tarde para la prevención y debemos acelerar la cura de la forma más tajante. Los enemigos de la unidad de España en todas partes buscan la obtención de un control de coacción totalitaria. El desorden y la crisis catalana, desamparada la región y envilecida la justicia, constituyen, además, una amenaza seria a la seguridad de todo el continente. Europa ya lo sabe.


Parodiando el más famoso discurso de John F. Kennedy, “Ich bin ein Berliner”, quienes quieran luchar por el progreso, la sociedad abierta, la democracia y la libertad que vayan a Barcelona. El estrafalario independentismo catalán, que apenas representa una tercera parte de la sociedad catalana, es una ofensa no sólo contra la historia, sino una ofensa contra la humanidad.


Finalmente, como españoles debemos estar seguros de que el futuro está en nuestras manos y de que tenemos el poder de moldearlo y mejorarlo. Si todas las fuerzas morales de España se unen de modo fraternal, las autopistas para el futuro estarán expeditas, no sólo para nuestra generación, sino para los siglos por venir.