jueves, 18 de abril de 2024, 21:45

El caso Herman Tertsch

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Herman Tertsch es un periodista valiente hasta la temeridad y culto hasta hacer de sus artículos fragmentos de filosofía moral, que de forma implacable pone los colores a cualquier ejemplar de la casta política, independientemente del hierro de su ganadería, si el alma del político es farisea, incoherente, rapaz, violenta, mentirosa y soliviantadora de las pasiones liquidadoras de la libertad. La democracia española – y todas las democracias – se sostienen gracias a periodistas como Herman Tertsch, que ha entendido siempre que un periodista no debe ser un flabelífero y adulador baboso de quienes pugnan en el palenque de la política, sino un tábano socrático – quizás un poco exagerado en su caso -. Ahora ha sido condenado por una jueza, ubicada en Zamora, como un designio de Némesis pública, a entonar paladinamente la palinodia por unas teóricas ofensas al honor dirigidas contra la ilustre familia de Pablo Iglesias, e indemnizar el inmarcesible honor familiar herido con 12.000 euros.


En principio no está bien mezclar a toda la familia con las hazañas que llevan a cabo sus miembros. El pecado original sólo se aplica en la teodicea y en el corazón de Dios, y no en la historia de los humanos, y en las sagas familiares. Si es verdad que en la Roma clásica se sabía casi por entero cómo era uno sabiendo a qué familia pertenecía, ya no ocurre lo mismo en las familias modernas, y los pecados de nuestros ancestros no deberían mancharnos a nosotros, ni sus hazañas enaltecernos. Nuestra educación debe tender, además, a ver a los muertos como entes sagrados, inasibles, ininjuriables, viviendo ya en otra dimensión. Pero ello no puede significar que en nombre del honor de los muertos, que es sordo al honor de los vivos, se pueda escarnecer la libertad de expresión. Es suficiente castigo la imagen del que ataca a quien ya no puede defenderse – y le da igual – en una sociedad sensible que rechaza los insultos contra los muertos, indefensos por naturaleza. Además, se puede contrarrestar estas injurias contra los que habitan los intermundia con la exhibición de otras historias alternativas.


Lo que sí es cierto en los casos del abuelo y padre de Pablo iglesias es que, a pesar de su efectiva oposición al régimen de Franco, supieron muy bien sobrenadar y sobrevivir en ese mismo régimen de “sodales”. No son para nada los únicos, desde luego.


Decir esto puede resultar antipático, impertinente y de mal gusto, pero la verdad, por grosera y maleducada que sea, no puede suponer de ningún modo la condena judicial, aunque sólo sea una verdad relativa, como lo es toda verdad histórica, sujeta a mil interpretaciones. Todavía hoy no sabemos con exactitud cuántos fueron los reyes de la monarquía romana – desde luego más de siete -. Si condenáramos por mal gusto e insensibilidad impertinente, los tribunales no darían abasto. Por otro lado, lo que algunos medios de comunicación han dicho con alegría sobre Herman Tertsch eso sí que raya en la delincuencia y la mala intención, no exenta de odio cerval, y nadie es censurado, ni corregido o penado por decir eso. En definitiva, uno puede entender perfectamente al ofendido – los dioses familiares, los Manes, deberían dejarse al margen del debate público por puro decoro social -, pero en otras ocasiones se han dicho verdades tan impertinentes y dolorosas como las que ha escrito Herman Tersch, y la justicia no ha hecho nada. Y todos nuestros padres y abuelos merecen el mismo honor, sean o no patricios o lucumones. Quizás tenga algo el bueno e imprudente de Herman de víctima propiciatoria, de chivo expiatorio de esta comunidad política peregrina que anda atravesando desorientada el desierto sin conocer la situación de los puntos cardinales.


Por otro lado, el problema de esta sentencia son los hechos. ¿Es verdad o no es verdad lo que cuenta Herman? Porque sólo la mentira justificaría la sentencia, sólo la mentira probaría la calumnia que mancha el honor. Y no son las señales y los signos los que constituyen la verdad, sino las obras. Como diría Erasmo en los Coloquios por boca de Eusebio: “no por el nombre y señales de fuera, sino por las obras y aficiones de dentro, ha de ser conocido el rey por rey, el obispo por obispo, el regidor por regidor y el cristiano por cristiano”. Y el demócrata por demócrata, diría yo. El honor sólo puede correr peligro en las obras. “Nemo nisi a se ipso leditur”; esto es, “ninguno es ofendido sino de sí mismo”. Por eso el delito que entraña la calumnia sólo opera en las obras, que es historia en el caso de los que ya no están.