sábado, 20 de abril de 2024, 10:21

Las tabernas centenarias de Madrid (III)

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En mis dos reportajes anteriores “Las tabernas centenarias de Madrid (1 y 2)” publicados en este periódico, he descrito las siguientes tascas históricas y emblemáticas de la Villa y Corte, que aún permanecen abiertas: “La Zamorana”, “Viva Madrid”, “El Comunista”, “Casa Sierra”, “Casa Alberto”, “El As de los Vinos”, “La Bola” , “Carmencita”, “Casa Ciriaco”, “Casa Labra”, “Casa Paco” y la “Taberna Oliveros”.


Empiezo el artículo con la “Venencia” (Echegaray, 7), fundada en 1922, que se mantiene tal como cuando la inauguraron y conserva aún el teléfono negro de disco, que se instaló cuando se abrió, junto a un pequeño cartel que indica: “No se debe escupir en el suelo” y una viaja máquina registradora que marca pesetas y céntimos, entre otras antigüedades. Las paredes, yo afirmaría, que no se han pintado desde que empezó a funcionar y tienen esa pátina que les otorga el tiempo, y están cubiertas por viejos carteles de las Fiestas del Vino de Jerez, lo que le insufla un ambiente romántico de taberna andaluza de principios del siglo XX, que la hace exclusiva en la Villa y Corte.

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Hacia 1990 la reabrieron los hermanos Criado, que han tenido el buen criterio y el mejor gusto de no tocarla y mantenerla con la solera que la caracteriza, como el olor a bodega jerezana que percibes al entrar en ella. Solo venden vinos de zona de Cádiz: Manzanilla de San Lucar, Fino, Oloroso Amontillado y Palo Cortado. No tiene ni cervezas, ni refrescos…, solamente vino y agua del grifo. Sus raciones son pocas, pero exquisitas: mojama, huevas, lomo, chorizo, salchichón, queso, aceitunas, anchoas…Siguen la vieja tradición andaluza de apuntar con tiza las consumiciones en la barra de madera, donde, tras ella, hay unos cuantos barriles de donde sacan los vinos para servirlos directamente a las copas. El resto de la decoración, lo componen cientos de viejas botellas de vino de Jerez, que están cubiertas de polvo en las estanterías, lo que le imprime un ambiente nostálgico en el que el tiempo se ha detenido hace casi 100 años.


Dicha tasca en única en su género y totalmente peculiar, como “Lola”, la vieja gata negra que se pasea entre los pies de los parroquianos que permanecen sentados en las pocas vetustas mesas de madera, en las que apoyan sus copas los clientes. No admiten propinas y no permiten hacer fotografías, ni está incluida en ninguna ruta de tabernas clásicas de Madrid, ya que no quieren publicidad, dado que se conforman con la clientela fija del local, que no es poca, hasta el extremo de que no se le ocurra ir en festivo o fin de semana, que no podrá ni entrar a esta joya de taberna andaluza, en la que yo terminaba siempre las presentaciones de mis libros en la cercana Casa de Castilla-La Mancha, en Madrid, junto a mis amigos y paisanos, el pintor Oscar Benedí, el actor Valentín Hidalgo, el fotógrafo Carlos Tarancón, el periodista Pedro Pintado y el médico Alfonso León, entre otros queridos colegas. Me olvidaba de decirles algo fundamental, que los precios son normales, caso raro ya en estos locales centenarios, que suelen subirse a la parra cuando te hace la cuenta. Los horarios son de lunes a domingo de: 13 a 15,30 y 19,30 a O2.OO horas. Si le gustan las tabernas andaluzas del siglo pasado, es de visita obligada, ya que todos sus vinos son espléndidos, pero especialmente la Manzanilla y el Palo Cortado, que están de vicio. Se lo aconsejo yo, que he sido buen degustador de vinos, hasta que el galeno, tras un infarto el año pasado, me dijo:”Que ya me había bebido mi tinaja”, como se dice en Valdepeñas, mi amada ciudad natal, mi ínsula báquica, también conocida como “La Ciudad del Vino”.


“Bodegas Ricla” (Cuchilleros, 6), fundada en 1867 es toda una institución en el barrio, que fue reformada tras la guerra incivil española y se mantiene exactamente igual que en 1940, cuando comenzó a funcionar como taberna y despacho de vinos a granel, vermut y licores. Aún conserva la barra de estaño, la saturadota de seltz, los grifos de latón y las tinajas de cerámica pintadas de rojo, donde anuncia: “Vino de Valdepeñas Blanco” y “Vino de Valdepeñas Tinto”, junto a un par de barriles de madera que contienen vino de Málaga y Moscatel. Esta bodeguita, cuyos basares están decorados con antiguas botellas de vinos y licores, es una maravilla para tapear y tomar vinos, cervezas bien tiradas de Mahou y un exquisito vermut de grifo de la marca Izaguirre, que es de las mejores. Tiene muchas tapas interesantes: cecina de león, bacalao ahumado, bacalao en aceite, boquerones en vinagre, embutidos ibéricos, queso, mojama y unos callos y albóndigas caseras, que las prepara la señora Ana María, la propietaria, que, junto a su esposo, estuvo muchos años sirviendo las tapas, mientras el marido atendía el mostrador.


También tiene muy buena carta de vinos de distintas denominaciones de origen, que sirven por copas y te puedes dejar aconsejar por los dos camareros, que son los hijos de los dueños y excelentes profesionales, que no te engañan. Cierra los martes y el resto de los días de la semana el horario es de: 13 a 16 y 19 a 24 horas. El local es pequeño, íntimo, recoleto y lleno de encanto, lo que hace, que los fines de semana están hasta la bandera. Así que, procure ir los días laborales y pasará un rato muy agradable en esta tasca que yo conocí allá por los últimos años 70 del pasado siglo, cuando la regentaban doña Ana María y su cónyuge. Tiene una particularidad especial, que para ir al baño, hay que pasar por debajo de la barra y atravesar la cocina hasta el fondo del local, donde están los servicios. Conserva una cueva excavada en el subsuelo, en la que antiguamente se guardaban los vinos y las viandas; sótano, que también sirvió de refugio a los vecinos del inmueble durante la contienda bélica española, cuando bombardeaban Madrid los aviones del ejército franquista.



“Bodegas Rosell”, está muy cerca de la estación de Atocha, en la calle General Lacy, 14, casa fundada en 1920 como casa de comidas, taberna y despacho de vinos a granel. Actualmente la regenta la tercera generación y tiene una de las fachadas de azulejos de Talavera más bonitas y coloristas de Madrid, realizada por el afamado artista sevillano Alfonso Romero, en los que anuncia:”Que rico vino Valdepeñas” y “Exquisito Vermut”. Conserva los antiguos veladores de hierro y mármol, entre otras antigüedades de cuando se abrió hace 97 años. Dirigen el negocio los hermanos Rosell: José y Manuel, especialmente entendido y experto en vinos es Manuel, que ha quedado varias veces finalista del prestigioso concurso de catadores de vinos “Nariz de Oro” y es el que se encarga de seleccionar y aconsejar a los clientes los vinos mejores para acompañar el condumio y llenar la andorga.


La citada tasca, es la clásica taberna tradicional madrileña, que es una auténtica reliquia, un diamante, que también es restaurante, cuyo precio medio del menú es de 30- 40 euros, y tiene una carta variada y abundante de menús tradiciones y algunas innovaciones. Asimismo, como una carta de vinos de 200 referencias, en las que están representadas casi todas las denominaciones de origen. También posee un vasto surtido de tapas, entre las que cabe citar: salmorejo, morcilla de Burgos, chorizos al vino, revueltos de todo tipo, setas, mejillones, atún, sardinas ahumadas, pero su especialidad son las tortillas de patata, el bacalao Rosell, las croquetas y las patatas de la abuela, entre otros, aunque el autor de este texto, la última vez que fui, pedí una tosta de bacalao en brandada, que estaba exquisita, junto a una copa de vino tinto de Valdepeñas de la acreditaba bodega de mis buenos amigos Juan Antonio Megía e Hijos, que elaboran, envejecen y embotellan la reputada marca Corcovo, que ha obtenido muchos prestigiosos galardones.



La calidad de los productos es muy buena, pero los precios están un poco hinchados, algo que es normal en este tipo de establecimientos centenarios, ya que están incluidos en las rutas de las tabernas históricas de la Villa y Corte, lo que hace que suban los precios y abunden los extranjeros. Los camareros/as te atienden, según tengan el día, dado que están sobrados de clientela, como le ocurre a la mayoría de estos locales emblemáticos, que, hasta hace unos cuantos años, eran casas de comidas y tabernas de vino de Valdepeñas a granel, en las que las tapas eran frías y no tenían muchos parroquianos, salvo los clientes del barrio de toda la vida. Pero ahora, se han puesto de moda y hay que pedir audiencia para entrar. Tiran bien la cerveza y tiene un excelente vermut de grifo, que resucita a un muerto. Cierra domingos noches y lunes todo el día. El horario es de 12 a 16 y de 19 a 24 horas. Por supuesto, no vayan en fin de semana, que estará abarrotado.


“Bodegas Casas” (Avenida. Ciudad de Barcelona, 23), fundadas en 1923 por Saturnino Casas, como taberna y bodega, en la que se vendían a granel vermut, licores y distintos vinos de diferentes zonas vinícolas, cuyos barriles y tinajas aún conserva en la parte interior de la bodega. Actualmente, la regenta la tercera generación, que ya no comercializa vinos a granel, dado que, en el año 2000 se prohibió, pero sigue vendiendo vino embotellado de muchas denominaciones de origen, junto a vermut, licores y otros espirituosos…


Esta tasca casi centenaria, es la clásica taberna-bodega de toda la vida, local castizo, típico y con encanto y solera, que conserva, sin apenas reformas, todo su carácter y al que todavía no han llegado los “guiris”, que suelen ser legión en estos establecimientos históricos, especialmente en el centro de la Villa y Corte.


Su decoración principal son estantes en las paredes, que suben hasta casi el techo, en los que hay cientos de botellas de vinos y licores, cuyas variopintas etiquetas embellecen mucho y le dota de un ambiente muy peculiar. Sus camareros son profesionales y amables, que dan conversación al cliente y le sirven rápido su excelente vermut de Reus, que tiran desde un viejo grifo, que hay instalado en la barra de zinc. Asimismo, tiran muy bien la cerveza y su carta de vinos para tomar por copas es amplia. Las consumiciones van acompañadas de la famosa tapa de aceituna con anchoa y tiene una atrayente carta de canapés, encurtidos y productos en conserva: mejillones en escabeche, chipirones, berberechos, almejas, entre otros, pero están deliciosos los boquerones en vinagre de la casa con patatas fritas de churrería. La calidad-precio es normal, algo muy de agradecer en los tiempos que corren, que te cobran hasta por respirar, especialmente en algunos de estos locales cargados de historia, en los que te incluyen en la cuenta el agua del grifo, como le ha pasado al autor de estas reseñas, que me cobraron 0,50 por un vaso de agua corriente.


Dicha encantadora bodega, templo del vermut de grifo de Madrid, es amplia y no tiene banquetas para sentarse, ya que hay que beber a pie de barra y dejar sitio para otro parroquiano, como siempre se ha hecho, algo que yo he practicado mucho en este establecimiento con amigos y familiares, dado que una de mis hermanas vive casi enfrente del local. Además, es lindero con el bar-cafetería “La Moderna”, donde escribía siempre mi querido y admirado Pepe Hierro (Premio Cervantes), grandísimo poeta, excelente persona y mejor amigo, que terminábamos siempre la ruta báquica tomándonos unos vasos de vermut en esta joya del barrio de Atocha, que es de visita obligada, si quiere degustar uno de los mejores vermut de la Capital del Reino.



Abre todos los días de la semana de 10 a 15 y de 18 a 22 horas. Y tiene la curiosidad de que aún mantiene, la reja al lado de la barra, que hace años, separaba la taberna de la bodega, lo que hacía, que las mujeres que iban a comprar vino, no tenían que acceder a la zona que era exclusiva para hombres, detalle bastante machista, pero muy propio de la época en que se fundó, cuando las mujeres no pasaban a los bares, dado que estaba mal visto y muy criticado por la sociedad mojigata y atrasada de aquellos tiempos.


Pongo punto final al artículo con la cita del Cronista de la Villa de Madrid, don Ramón de Mesoneros Romanos, que en sus Escenas Matritenses, en su capítulo “La Calle de Toledo”, escribe:”Las tabernas de la madrileña calle de Toledo estaban llenas de recuas de manchegos que en sus mulas tordas pasaban y distribuían el vino de Valdepeñas”. 

Añadiendo, “que en el siglo XIX contó 810 tabernas, que se abastecían del buen morapio valdepeñero”. Qué tiempos aquellos, cuando a Valdepeñas se le llamaba “El Dorado”, dada la riqueza que producían sus caldos, hasta el extremo de que había abiertos al público: 6 casinos, 2 teatros y 5 cafés cantantes, sin contar el barrio de las chicas de mala vida…, que estaba siempre repleto. Hasta el próximo artículo, amigos tabernícolas.


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