¿Por qué practicar yoga?

Recuerdo lo que dos alumnas me contaban entre risas, hace muchos años. Comentaban lo que respondía la gente cuando decían que practicaban yoga. Casi todos cerraban los ojos, abrían los brazos poniendo un gesto con las manos en el que se junta la yema del pulgar con la del índice (gñana mudra, le llamamos) y pronunciaban una m larga ”Mmmmmmmmm”, con una sonrisa de complicidad. Esta era una de las ideas sobre los yoguis, la de aquel que cierra los ojos al mundo y lleva la atención al interior. Otros estereotipos son el del yogui-acróbata, el yogui-fakir, o el del yogui-ser-impasible-que-nisiente-ni-padece-ni-ríe-ni-llora. Esta confusión la hay incluso dentro del mismo mundo del Yoga. En cierta ocasión oí decir a un famoso profesor de Yoga que el yogui nunca se ríe, sólo sonríe.

Nada más lejos de la realidad. Los yoguis nos reímos a carcajadas. Cuanto más avanzamos en el camino del Yoga más nos reímos. Nos reímos cuando nos va bien y también cuando nos va mal. No es una especie de masoquismo o de imposición de cerrar los ojos a la realidad. Es que el Yoga te enseña a ver la vida con una perspectiva muy amplia, desde la que puedes ver cada suceso como una nueva oportunidad de crecer en consciencia, de aprender a ser feliz. Es en este sentido en el que la gente dice que el yogui ni siente ni padece. Pero al contrario, el yogui despierta la sensibilidad extraordinaria, porque abre los ojos a lo que no es tangible, abre los ojos a los mensajes más sutiles y por eso sabe ver la fortuna en la desgracia, la oportunidad en el dolor y el éxito en el fracaso. Claro que el yogui siente dolor, pero sabe que el dolor es el mejor maestro y lo utiliza para desarrollar cualidades y crecer. No deja que el dolor se convierta en sufrimiento. Como dice el maestro Soma, en este mundo el dolor es ineludible, el sufrimiento es opcional. ¿Cuál es la diferencia? La comprensión. En cuanto comprendes para qué sirve el dolor deja de ser sufrimiento. 

Y, ¿cual es el secreto de esta comprensión? Sentir el alma, vivir desde el alma. Este es el objetivo del Yoga, que es adonde quería llegar. Los seres humanos vivimos identificados con nuestro principio de individualidad, el ego. Y al ego le duele todo. Le duele el desamor, la falta de reconocimiento de los demás, el “fracaso”, la decadencia del cuerpo y de la mente,… El ego es tremendamente suspicaz y orgulloso. Es el ego el que se enfada y el que se derrumba. El Yoga pretende que reconozcamos quienes somos realmente. Pretende que recordemos que no somos un cuerpo físico, ni nuestros pensamientos, ni nuestra mente, ni nuestras circunstancias, ni nuestras posesiones, ni nuestra posición familiar o social ni nuestra actividad profesional. Todo esto es efímero, temporal. Tarde o temprano cambiará o acabará. El alma es eterna e inmutable en su esencia, aunque evoluciona vida tras vida, precisamente a través de las circunstancias que nos hacen aprender, desarrollar cualidades. El Yoga pretende que sea el alma la que tome las riendas de nuestras vida. No se trata de “matar al ego”, como se dice muy habitualmente, ¡Pobre ego! Si matáramos al ego, a ver cómo íbamos a reconocernos a nosotros mismos, con nuestras maravillosas peculiaridades y diferencias que hacen este mundo tan diverso y hermoso. ¿Cómo llevaríamos empresas adelante sin el ego?, no habría voluntad. No, no se trata de matar al ego, sino de ponerlo al servicio del alma. Cuando el alma gobierna se acaban los celos, la falta de autoestima, la ira, el desamor, el apego, el egoísmo, …. Todo esto es origen de sufrimiento. Sufrimos porque vivimos identificados con el ego. Por eso, el Yoga te lleva a la felicidad, porque te ayuda a acabar con esta identificación. ¿Cómo lo consigue el Yoga? Lo dejamos para siguientes entregas…..